A finales de enero superé mi PRIMER casting de teatro profesional. Desde entonces, me aferré a este proyecto con muchas ganas; de aprender y de crecer. No fue hasta agosto cuando (POR FIN) empezó el proceso, luchando y esquivando la inclusión del virus Covid-19.
Desde hace años, no he vuelto a dudar NUNCA de poder enfrentarme a un reto teatral, pero desde el primer vistazo, la cosa no pintaba fácil: Un texto críptico de frases aparentemente desordenadas, escenografía no convencional con líneas en el suelo que no se pueden pisar, patrones de desplazamientos, sistema de movimientos minimalistas repetitivos (cosecha de Sanchis Sinisterra), disociación cuerpo-voz. Mi directora (y para mí, amiga) estaba dispuesta a que lo diésemos todo y saliésemos totalmente de nuestra zona de confort en unas sesiones que se extenderían durante cinco horas y media, seis días a la semana durante cinco semanas de montaje.
Con un respeto y organización IMPECABLES, nos sumergió en una auténtica vorágine experimental de pensamientos, sensaciones, dificultades, bloqueos, hallazgos y casi-frustraciones que, en una unión de elenco máxima fuimos ordenando, sintetizando y convirtiendo en algo plenamente nuestro, hasta convertirnos en auténticas RATAS de laboratorio. Nadie dijo que la vida fuese fácil, y hacer este montaje en pleno AGOSTO MALAGUEÑO no lo fue, aún menos si no eres una persona que concilia el sueño como recomiendan los médicos.
***Consejo como las lentejas que lo tomas o lo dejas: NO COMPAGINES UN PROCESO TEATRAL INTENSO CON OTRO TRABAJO DE MÁS DE MEDIA JORNADA A NO SER QUE TENGAS LOS CHACRAS PERFECTAMENTE ABIERTOS Y LIMPIOS.
Por las mañanas de ensayo y por las tardes en las secciones de alimentación de Ikea. Todo esto sin vehículo (gracias a mi querida Natalia por cada vez que me acerabas al trabajo tras los ensayos). Un mes de trabajos intensos, carreras, madrugones, dormir poco o nada. Por las mañanas disociaba texto y cuerpo y por las tardes disociaba albóndigas suecas y cafés. No conforme con ello, fue precisamente ese mes cuando los grandes comercios empezaron a abrir en domingo por ser considerada Málaga una zona de gran afluencia turística, así que a full de Estambul. Admito que NADIE me obligó a trabajar los domingos, pero yo acepté, porque sé que las vacas flacas volverían (digo que si vuelven…). Apenas saboreé un día libre, hasta fin de mes, que me di el gusto de NO PARAR EL CUERPO, y dedicar dos días de pleno al festival Metal Paradise en Fuengirola. Descansar en un festival de metal, sí…
¿Hasta dónde eres capaz de llevar tu resistencia?
Mi conciencia me decía que una vez finalizado agosto me quedara solo con el teatro y emplearme a fondo en esas doce funciones programadas en el Teatro Echegaray y otros trabajillos actorales que estaban por venir. Así lo hice, renuncié a seguir en Ikea con mucho pesar, me es casi imposible decir algo negativo del trato recibido en esa empresa. Pero el insomnio, los calambres en los brazos, el dolor de mandíbula, la caída del pelo y los pinchazos en el costado me decían que algo tenía que cambiar.
Soy actor y padezco ansiedad, ergo, el sedentarismo laboral no me pertenece.
Llegó septiembre y con ello una ristra de funciones en las que la concentración debía de estar al 1000%, pero lo hice, lo hicimos. Jamás olvidaré el momento de subir a las tarimas al comienzo de cada función; empezaba el temblor de piernas. Todas las funciones estuvieron decoradas con temblores, vértigos e incluso momentos de visión borrosa. No eran nervios agradables. No eran las mariposillas revoloteando antes de salir a escena. Yo no estaba en condiciones. Había forzado tanto la maquinaria que los engranajes estaban saltando. Todo esto con consciente ilusión de estar donde estaba, de sentirme tan querido y arropado, y con un test de antígenos semanal, por el cual yo rezaba por un resultado negativo. Cada día me apretaba la mascarilla hasta perforarme la cara, aguantaba la respiración cada vez que pasaba cerca de alguien, y cada vez que subía a un autobús (los cuales a veces estaban LLENOS COMO SI FUESE FERIA), hacía campeonatos de apneas. Me obligué a no respirar con tal de no dar positivo y poder terminar este proceso de dos meses de teatro. Todo por el teatro.
Los ignífugos tuvo una máxima disparidad de opiniones; no podía ser menos ante un experimento así, pero es lo que había, lo que disfrutamos y defendimos. Fue algo muy nuestro. Hice mi trabajo, y lo hice lo mejor que pude, procuré cuidarme y cuidar a mis compañeras disociando de la sensación vertiginosa que sentía en cada paso que daba sobre el linóleo blanco.
Gracias a mis compañeras, tan llenas de respeto y profesionalidad. ASÍ de arropado y protegido es como debe sentirse SIEMPRE un actor en escena. Natalia Cobos, Virginia Nölting, Eskarnia, Marina Sánchez, Ruth Rubio.
Mención especial a Abraham Iglesias, quien nos acompañó en varias sesiones para darnos conciencia corporal y enseñarnos algo que procuro aplicarme cada segundo de mi vida y a veces se olvida: RESPIRAR.
¿Hasta dónde eres capaz de llevar tu resistencia? Yo ya lo sé, y no volverá a pasar.
En la próxima, prometo ser más consciente de que la salud va antes que todo, incluso que de estar dando de alta en el régimen de artista.
Fui ignífugo, y acabé calcinado.
P.D. Ruth fue escribiendo su propio cuaderno de bitácora durante el proceso, para contar todo lo acontecido. Aquí va su testimonio:
https://losignifugos.wordpress.com/
Fotografías de ‘Los ignífugos’: Daniel Pérez / Teatro Echegaray
Texto y dirección Ruth Rubio
Interpretación
Natalia Cobos [Juana]
Virginia Nölting [Madre]
Javier Cereto [Mayo]
Elena Casanueva (Eskarnia) [Andrea]
Ayudante de dirección: Marina Sánchez Vílchez
Diseño de escenografía: Lola García
Diseño de iluminación: Sergio Rodríguez
Diseño de vestuario: Inma Pardo, Ruth Rubio y Marina Sánchez Vílchez
Asesor de movimiento: Abraham Iglesias
Agradecimientos: Ayuntamiento de Fuengirola, Nando López, Cristina Martín y Ana Belén Domíngue